Reexaminando las adquisiciones de las big tech

IMAGE: Nick Youngson - Alpha Stock Images (CC BY-SA)

La FTC afirma que reexaminará todas las operaciones de adquisición llevadas a cabo por las grandes compañías tecnológicas, concretamente Alphabet, Apple, Amazon, Facebook y Microsoft, con la intención de comprobar si en algún momento se infringió la legislación antimonopolio o se lesionaron de alguna manera los derechos de sus rivales o competidores.

Para ello, la agencia ha solicitado a esas compañías que revelen todos los detalles sobre esas operaciones incluidas aquellas que por ser más pequeñas, no conllevaron una investigación a fondo. ¿Cuántas operaciones? Si la FTC no dice lo contrario, son muchísimas, y han tenido lugar a lo largo de más de cuatro décadas. Decididamente, a la FTC no le va a faltar el trabajo: hablamos de un abrumador total de 767 operaciones de adquisición llevadas a cabo por las cinco compañías desde finales de los años ’80, a razón de 235 adquisiciones de Google, 112 de Apple, 101 de Amazon, 82 de Facebook y 237 de Microsoft. Saber a qué operaciones nos referimos no es complicado, cada una de las cinco compañías tiene una página entera en Wikipedia dedicada únicamente al seguimiento de sus adquisiciones. Pero como revela una primera inspección de esas páginas, rellenar los huecos que faltan en las larguísimas tablas para conocer los detalles de todas y cada una de las adquisiciones puede ser un trabajo de una magnitud impresionante.

A lo largo de su historia, las grandes compañías tecnológicas han planteado desde operaciones muy pequeñas, prácticamente acqui-hires que pretendían simplemente incorporar a su estructura a determinadas personas o equipos especializados en temas considerados estratégicos y que, por ser emprendedores, no eran fáciles de fichar, hasta adquisiciones descomunales a precios mareantes, como la de Motorola Mobility por parte de Google ($12,500 millones), la de Beats por Apple ($3,000 millones), la de Whole Foods por Amazon ($13,700 millones), la de WhatsApp por Facebook ($19,000 millones) o la de LinkedIn por parte de Microsoft ($26,200 millones).

En algunos momentos, el ritmo de adquisiciones de estas compañías ha sido demencial prácticamente inabarcable: entre 2010 y 2011, Google adquirió compañías a un ritmo aproximado de una a la semana. En mayo de 2019, Tim Cook, CEO de Apple, afirmó que su compañía adquiría una compañía cada dos o tres semanas, y que había adquirido 20 ó 25 compañías tan solo en los últimos seis meses. Durante largos períodos de tiempo, todo aquello que se movía en el panorama tecnológico se presumía que tenía una alta probabilidad de ser adquirido por alguna de las big tech.

Recopilar datos y detalles de tantas operaciones de adquisición no va a ser sencillo, y supondrá un importante reto para la FTC, no solo por lo exhaustivo, sino también por la dificultad para trazar la línea de lo que entra dentro de lo razonable y lo que debe ser considerado como un exceso regulatorio. En su momento, todas esas operaciones pasaron el filtro regulatorio, pero ahora, el tiempo ha demostrado que contribuyeron en gran medida a la construcción esas big tech prácticamente omnipotentes que ahora muchos quieren regular o incluso escindir.

¿Qué lleva a las compañías tecnológicas a adquirir otras empresas como si no hubiese un mañana, a dedicar enormes sumas de dinero a la tarea de incorporar talento especializado y activos a su estructura, siendo conscientes como somos de que las operaciones de adquisición plantean casi siempre problemas de encaje cultural y de otros tipos generalmente importantes que tienden a disminuir el hipotético valor que estaban destinadas a generar?

La respuesta es clara: hablamos de una industria caracterizada por márgenes y ganancias elevadas, con abundante generación de liquidez y dinero fresco, y sobre todo, en la que la velocidad es elevadísima. Una de las razones habituales, de hecho, para muchas adquisiciones en esta industria ha sido la posibilidad de hacerse con una compañía antes de que la comprase otro competidor, en modo «duelo del Far West» en el que gana el primero que desenfunda su pistola. En ese entorno, la exploración de lo que Steven Johnson en su libro «Where good ideas come from« llama «the adjacent possible» tiene que darse lugar a toda velocidad, dado que no faltan competidores dispuestos a llevar a cabo una exploración similar y a tratar de conquistar esos territorios antes que la propia compañía. Hablamos de un contexto en el que simplemente tratar de incorporar talento en el mercado puede enviar señales a los analistas o los competidores sobre futuras líneas de actuación de la compañía, lo que implica que en ocasiones, se prefiera acelerar el proceso incorporando no solo talento aislado, sino estructuras completas o equipos en funcionamiento.

Cuando alguien decide explorar una idea dentro de lo que considera su adjacent possible, puede optar, si es un individuo o un grupo de individuos, por crear una compañía, convertirse en emprendedor, y desarrollarla desde cero. Si en lugar de ser un individuo es una compañía, la opción comienza con el desarrollo de talento interno, continúa con la incorporación de talento externo, y sigue con opciones como el acqui-hire o la adquisición de otras compañías. En cada uno de estos escalones, ganamos en velocidad y perdemos – seguramente – en dinero y en eficiencia de la operación, pero en entornos altamente competitivos y sometidos a una gran velocidad, incluso ese dinero y esos posibles complicaciones posteriores pueden merecer la pena. Una buena estrategia de adquisiciones, o un esfuerzo consciente por acomodar bien a las personas involucradas en una operación de adquisición pueden ser activos muy importantes de cara al éxito a largo plazo.

Pero las prisas, como siempre, son incompatibles con la buena letra. Y en muchas ocasiones, el interés de la FTC por facilitar el crecimiento y la competitividad de las compañías norteamericanas, a las que Donald Trump acaba de referirse nada menos que como a «compañías MAGA», que «hacen a América grande», ha llevado a que la aprobación de las adquisiciones se llevase a cabo como un mero trámite – o por decreto. Ahora, llega el momento de revisar lo que se hizo, de examinar si tuvo sentido, o incluso, en algunos casos, puede que de actuar como si se pudiese dar marcha atrás al reloj y deshacer esas operaciones… algo, obviamente, imposible o directamente absurdo. En la mayor parte de los casos, lo que esas adquisiciones tuvieron que ofrecer ya se ha aprovechado, se ha incorporado o se ha destruido, y la posibilidad de que esas compañías adquiridas vuelvan al mercado como compañías independientes «como si nada hubiera pasado» es directamente absurda e irracional.

Veremos a qué conclusiones llega la FTC. Lanzar una investigación como esta para terminar diciendo aquello de «no pasa nada, todo va bien» sería un ridículo importante. Pero determinar que en algunos casos, esas operaciones no debieron haberse permitido es casi peor, porque la búsqueda de una solución para ello, a estas alturas, puede ser casi surrealista.

¿Regular las empresas tecnológicas? Seguro, y además, lo antes posible. Pero mejor no removamos los muertos del pasado, porque podemos acabar comidos por los zombies



Enrique Dans
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