No te equivoques: Twitter tiene razón, Trump no

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El historiador italiano Carlo Maria Cipolla, en sus «Leyes fundamentales sobre la estupidez humana«, define a los estúpidos como «personas que hacen mal a los demás sin beneficiarse ellos mismos».

La definición de Cipolla, que murió década y media antes de que el actual presidente de los Estados Unidos llegase a la Casa Blanca, parece diseñada completamente a la medida de Donald Trump. Que Trump actúe como un matón de patio de colegio es algo que, a estas alturas, no sorprende absolutamente a nadie. Que además lo haga mediante una acción rápida, recurriendo a lo que haga falta y simplemente para gratificarse a sí mismo, tampoco. Y que lo que haga, además, termine perjudicándole a él, como tantas otras cosas absurdas que ha hecho, menos aún. Después de todo, hablamos del presidente que ha sido capaz de convertir a su país en el líder mundial absoluto en contagiados y fallecidos en una pandemia, y que además, se vanagloria persistentemente de ello. Sobre la idoneidad de Donald Trump para el cargo que ocupa y al que llegó además apoyándose en métodos como mínimo dudosos, realmente, hay muy poco que decir.

¿Alguien tiene de verdad alguna duda sobre la decisión de Twitter de agregar un «get the facts», un enlace de verificación, al demencial tweet de Donald Trump en el que arremetía contra un mecanismo perfectamente válido en todos los países democráticos como el voto por correo? ¿Un presidente atacando a la democracia de su propio país? ¿Y si pierde las elecciones, que hará? ¿Afirmar que el resultado está trucado y pretender quedarse en la Casa Blanca? No, eso es imposible y nunca pasaría en los Estados Unidos… oh, wait!

¿Alguien de verdad considera que puede existir alguna duda razonable sobre la acción que Twitter llevó a cabo sobre otro absolutamente incomprensible y anti-presidencial tweet de Donald Trump? ¿De verdad alguien disputa el hecho de que ese texto glorifica la violencia, e incluso incita a ella? Realmente, si algo se puede reprochar a Twitter por su respuesta a esos dos tweets de Donald Trump no es lo que ha hecho, sino el no haber tomado medidas como esas mucho, mucho tiempo antes.

La reacción de Trump, como tantas otras de las que ha tenido, responde a un modelo de comportamiento completamente infantil. Que el presidente de los Estados Unidos utilice un mecanismo como una orden ejecutiva para satisfacer un deseo de absurda e inútil venganza es algo enormemente preocupante, aunque como tantas otras cosas de las que este presidente ha llevado a cabo, resulte desgraciadamente poco sorprendente. ¿Atacar desde la Casa Blanca a unos grandes almacenes por retirar la colección de moda de su hija? ¿Arremeter contra una de las compañía norteamericanas que más empleo generan? ¿Amenazar con el botón nuclear a un irrelevante personaje en la escena internacional? ¿Realmente puede o debe valer todo en política?

¿Qué va a pasar con la orden ejecutiva firmada por Trump? ¿Es de verdad algún tipo de venganza contra unas redes sociales de las que depende su elección y en las que gasta más dinero que nadie? Empecemos por dejar claro que la orden ejecutiva no es más que una maniobra de distracción, un irrelevante y patético intento de atacar algo, la Primera Enmienda de la Constitución, que – afortunadamente – está muy por encima del alcance de Donald Trump. La orden ejecutiva no solo está mal escrita e interpreta erróneamente la Sección 230 de la Communications Decency Act, como bien afirma uno de sus autores, sino que es, ademas, abiertamente inconstitucional, y tendrá muy poca vida útil. Pero además, parte de un supuesto demostrado como erróneo – que las redes sociales silencian las voces conservadoras – y podría tener un efecto completamente contrario a lo que busca, y provocar que las redes sociales, para protegerse de posibles demandas, retirasen una cantidad de contenido mayor. Por jugar con fuego, el «presidente incontinente» podría terminar quemándose.

Peor papel aún hace uno de los directivos más irresponsables de la historia, Mark Zuckerberg, al afirmar que Twitter se equivoca etiquetando los tweets de Trump y que pretende erigirse en un árbitro de la verdad. Primero, porque Facebook hace exactamente lo mismo que Twitter, por mucho que no se atreva a meterse con su principal cliente. Y segundo, porque lo que Facebook hace es, precisamente, lo que Twitter pretende impedir: agitar la división, la polarización y la confrontación mucho más allá del límite de lo aceptable, aunque eso llegue a poner en peligro la democracia o hasta la vida de muchas personas. Si a alguien no tengo el más mínimo interés en escuchar en este tema, es precisamente a Mark Zuckerberg.

Que nadie se equivoque: en toda esta historia hay un bueno, Twitter, y un malo, Donald Trump. Uno trata de hacer lo que puede, y posiblemente no suficiente, por preservar un uso razonable de su plataforma. El otro intenta inflamar, polarizar y generar dudas inaceptables sobre los procesos electorales en los Estados Unidos, con el único fin de intentar que su popularidad remonte o de justificar sus próximos resultados. Entender eso por encima de ideologías o de partidismos, por encima de todo, es muy importante. Y en cualquier caso, Twitter ya estaba ahí mucho antes de que Donald Trump llegase a la Casa Blanca, y seguirá ahí mucho después de que se haya ido de ella.



Enrique Dans
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