Llenando los bosques de tecnología

Los bosques y su capacidad para la fijación de dióxido de carbono resultan fundamentales a la hora de plantear remedios a la emergencia climática, un papel que está adquiriendo cada vez más relevancia a medida que más compañías intentan compensar sus emisiones plantando árboles. Pero a su vez, los bosques están amenazados por unas temperaturas globales cada vez más elevadas que incrementan el riesgo de incendios, con consecuencias terribles tanto en términos de emisiones de dióxido de carbono como de riesgo para la biodiversidad.
Este contexto está llevando por necesidad a que los bosques se estén empezando a plantear como auténticos laboratorios tecnológicos, algo fundamentalmente derivado de la disponibilidad y el uso de tres tecnologías: satélites, drones y sensores. Para empezar, la propia génesis de estos bosques, plantados cada vez más para compensar la huella de carbono de otras actividades, se empieza a llevar a cabo mediante drones, capaces de plantar nada menos que cien mil árboles diarios, disparando proyectiles con los plantones, que parecen prender con notable eficacia.
Además, los drones y las imágenes de satélite se están utilizando para evaluar la cantidad de dióxido de carbono que las compañías afirman compensar cuando los plantan, con el fin de poder disponer de un mercado razonablemente regularizado para ese tipo de esquemas, frente a simples declaraciones en muchos casos llevadas a cabo por intereses puramente mediáticos. Pero esos mismos drones que evalúan los bosques y su crecimiento, además, se plantean como una solución para más cuestiones, desde la localización de personas perdidas hasta la detección temprana de incendios forestales (utilizando además tecnología española). Este tipo de posibilidades se ven además mejoradas gracias, entre otras cosas, a nuevos modelos de drones que pueden permanecer en el aire durante días, alimentados mediante energía solar.
Además, una compañía chilena ha desarrollado sensores baratos capaces de detectar partículas de humo, a modo de «narices digitales» interconectadas capaces de retransmitir la localización de un fuego en sus primeras fases, cuando todavía es posible luchar contra él con más garantías. La red de sensores se apoya en un modelo de machine learning capaz, por ejemplo, de diferenciar el humo de una simple fogata del de un incendio, y de enviar a los bomberos datos detallados sobre la localización del fuego y los mejores accesos para llegar hasta él y combatirlo. En el caso de California, que cuenta con más de 133,000 kilómetros cuadrados de bosques, la detección de incendios se lleva a cabo también mediante redes de satélites que toman imágenes cada diez minutos, apoyadas igualmente por modelos de machine learning alimentados con datos de incendios anteriores.
Otros modelos, como este premiado en Netexplo hace algunos años, buscan monitorizar los bosques para la detección de actividades de explotación maderera ilegal o de caza furtiva, mediante sensores baratos construidos con teléfonos móviles reciclados.
A medida que se acerca el verano, con un escenario de temperaturas progresivamente más elevadas, es fundamental plantear qué vamos a hacer para evitar el importantísimo problema de los incendios forestales, sea a la escala que sea, con acciones que deberán de ir desde el ámbito tecnológico, hasta el de la concienciación, y cuando esta falle, el del código penal. Bosques vigilados desde el aire con drones y satélites, o completamente sensorizados para detectar conatos de incendio u otras actividades nocivas. Si esto no cambia la bucólica imagen que teníamos de los bosques, pocas cosas lo harán. Vivimos, sin duda, tiempos interesantes…
Enrique Dans
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