La publicidad y la normalización de lo nunca debió ser normal
Fíjate en la imagen que ilustra esta entrada. Fíjate bien, por favor. Te recomendaría incluso que hicieses clic en ella para verla en su tamaño original y sin sobreimpresiones en rojo, para apreciarla en su plenitud: es la home de El País, uno de los diarios de referencia en España, de hace un par de días. Pero está tan absolutamente llena de publicidad, que centrarse en las noticias que lleva en portada resulta prácticamente imposible: una campaña de publicidad ocupa ambos márgenes de la página, un banner ocupa la parte inferior, otro módulo adicional se sitúa en la derecha pero sin llegar al margen… al final, una rápida cuenta de píxeles nos revela que el contenido no publicitario, las noticias que se supone que son la razón de ser del periódico, ocupan tan solo un 40% de la superficie de la página, mientras que la publicidad de diferentes marcas ocupa el 60% restante. Si descontamos el espacio que ocupa la barra con la mancheta en la parte superior, el contenido ocupa menos aún.
Un ratio 60/40. ¿Qué lleva a lo que se supone que es un diario de referencia a ocupar el 60% de la superficie de su página con un contenido que los lectores no han solicitado y, además, no quieren ver? Tus usuarios entran en tu página para informarse leyendo las noticias que produce tu redacción, los periodistas que aportan al medio su prestigio y su influencia, pero tú te dedicas a castigarlos y a llenar nada menos que el 60% del espacio disponible de pantalla con algo que claramente les molesta, que no han pedido, que no quieren ver, y que les lleva a pensar que han aterrizado en cualquier página basura, en un panfleto cuya función es acomodar cuanta más publicidad sea posible. Visto así, cualquiera podría pensar que las noticias, en realidad, son simplemente eso, una simple excusa para poder llenar la mayoría del espacio de la página con publicidad. De alguna manera, alguien en El País ha pensado que un balance así podía ser algo normal, algo de alguna manera lógico o aceptable, que a los lectores no les iba a importar.
¿No se ha detenido ese alguien en el equipo de El País a calcular ese simple porcentaje? ¿El ratio 60-40 de publicidad frente a contenido no le resulta ni siquiera mínimamente alarmante? ¿Se ha parado a pensar en lo que dirían los lectores de su periódico en papel si la superficie de sus páginas se repartiese con esa proporción? ¿No deberíamos tener algún tipo de línea roja que impidiese semejante degradación? ¿Tiene algún sentido llegar a prostituir y a ensuciar la presencia en la red de un medio supuestamente prestigioso de semejante manera?
¿En qué momento empezamos a considerar como normal o aceptable algo así? ¿Cómo puede llegar algún directivo de un medio supuestamente prestigioso a normalizar el que se dedique a la publicidad bastante más espacio que el que se dedica a la razón de ser del medio, a la información? ¿Cómo puede no caérsele la cara de vergüenza? ¿De verdad le extraña a alguien que, ante semejante experiencia rayana ya en lo extravagante, sus lectores se instalen un bloqueador de publicidad? ¿Les resulta extraño que más de un tercio de los usuarios en Europa se instalen uno? Con una página así diseñada, ¿todavía tienen el cuajo de adjetivar negativamente a esos usuarios?
¿Y las marcas? ¿Algún director de marketing en su sano juicio cree que un impacto publicitario como ese posee algún valor más allá del de molestar, incomodar a los lectores de ese medio? ¿O son tan profundamente irresponsables que se limitan a desperdiciar su presupuesto entregándoselo a sistemas automatizados, carentes completamente de sentido común, que simplemente disparan anuncios a espacios disponibles como si fueran monos provistos de ametralladoras?
Cuando un directivo en un medio normaliza una imagen como esa, es que sencillamente ha perdido el norte, y debería dedicarse a cualquier otra cosa. Da igual las presiones económicas que tengas, los condicionantes que te impongan o que tu bonus esté en juego: cuando eres capaz de plantear semejante basura, cuando restringes el espacio dedicado a las noticias a menos de la mitad del área de tu página, deberías plantearte si de verdad quieres trabajar en un medio de información de prestigio. Haz un favor al medio en que trabajas y hazte un favor a ti mismo: dimite, déjalo, y busca trabajo en una página porno, en un casino online o en cualquier otro negocio de dudosa reputación. No le digas a tu madre que trabajas en un periódico, cuéntale mejor que eres pianista en un burdel. Pero no por lo que decía aquella vieja frase sobre periodistas que algunos atribuyen a Tom Wolfe, sino porque el que de verdad provoca con sus decisiones que ese medio de información pierda su dignidad… eres tú.
La publicidad online ha perdido el norte. Y algunos medios, claramente también.
Enrique Dans
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