La educación online y el dilema del curso que viene

IMAGE: Angelqiu122 - CC BY SA

A medida que pasan los meses, vamos comprobando fehacientemente que los cambios que nos trajo la pandemia de COVID-19 tienen mucho más calado y consecuencias que lo que inicialmente pensamos cuando adoptamos medidas de emergencia, y amenazan con prolongarse mucho tiempo.

En el mundo académico, que nunca ha medido el tiempo por años o meses, sino por cursos, semestres o trimestres, cada vez más instituciones en todo el mundo empiezan a enfrentarse a la posibilidad ya no de tener que terminar el curso actual en un modo online al que llegaron, en la inmensa mayoría de los casos, sin ninguna planificación ni preparación previa, sino a la de tener que comenzar el curso que viene en condiciones parecidas. A estas alturas, el 90% de los estudiantes en países desarrollados recibe clases online, con distintos niveles de excelencia y de satisfacción. Sin embargo, como era de esperar, las cosas han cambiado sensiblemente desde el primer momento, sobre todo porque lo que al principio era una falta de experiencia generalizada en cuyo contexto podía disculparse prácticamente cualquier cosa, ahora debería, razonablemente, tener detrás una estrategia y unos planes serios que aseguren una experiencia de aprendizaje adecuada que no convierta a los estudiantes afectados en una especie de «generación perdida».

Durante mucho tiempo, todas las instituciones académicas estarán obligadas o bien a impartir todas sus clases a través de la red, o cuando menos, a ofrecer una alternativa válida y completa a todos los estudiantes que tengan que seguir las clases desde su casa. Sea debido a confinamientos, a sintomatologías confusas o a medidas de distanciamiento social que obliguen a reducir la capacidad de las aulas, todo indica que la actividad académica tardará todavía mucho en volver a la normalidad, o incluso termine por volver a una normalidad muy diferente.

¿Qué planteamientos tiene que hacerse las instituciones académicas en un escenario así? En primer lugar, tener claro que las herramientas no van a ser el problema. Las primeras semanas o meses pudieron o debieron servir para hacer pruebas, evaluar alternativas y tomar decisiones, pero tras ese período, hay que ofrecer a los estudiantes un plan razonable, que permita no solo impartir clases online en condiciones, sino también enfrentarse al confuso período intermedio. Esas primeras semanas permitieron a las instituciones comprobar que, en el escenario tecnológico actual, hay muchas y muy buenas herramientas para impartir clases a través de la red, y que además, son por lo general muy fáciles de utilizar.

Obviamente, aquellas instituciones que tenían más experiencia en el entorno online o que tenían ya una estrategia de transformación digital desarrollada tienen una evidente ventaja, como la tienen aquellas que pueden contar con que sus alumnos están del lado correcto del digital divide, es decir, cuentan con acceso a ordenadores y a conexiones de una velocidad razonable. Pero a partir de ahí, la cuestión tiene que girar en torno a una serie de ejes concretos:

  • Educación del claustro: las herramientas, como comentábamos, son sencillas. Sin embargo, no todos los profesores tienen la motivación suficiente como para hacer el esfuerzo necesario para adaptar sus clases al nuevo entorno, y en muchos casos alegarán dificultades para ello. En muchas instituciones y en determinados niveles de enseñanza, sobre todo superior, es fácil encontrar profesores para los que la docencia no es la mayor de sus prioridades. Conseguir que los profesores entiendan la importancia del compromiso con la educación y los estudiantes será, sin duda, un reto para muchas instituciones.
  • Infraestructuras: dar clase online no es algo que pueda hacerse con una conexión mala o con un ordenador apoyado en las rodillas. Es preciso contar no solo con ancho de banda, sino también con una variedad de herramientas, desde monitor adicional a accesorios de iluminación, micrófonos de calidad, o incluso pantalla de chroma si se quiere estar realmente cómodo, y las instituciones deberán decidir qué parte del coste de esas infraestructuras financian a sus profesores. Mi experiencia es que una clase presencial se prepara, una clase online se produce, casi como si fuera un programa de televisión con público, y con filosofías muy parecidas en cuanto a la forma de integrar su participación.
  • Conceptualización del modelo de enseñanza: enseñar online no es hacer lo mismo que hacíamos en el aula, pero delante de la webcam. Exige replantearse la metodología, entender y aprovechar las posibilidades de las herramientas escogidas, no obsesionarse con la cantidad de información que suministramos, combinar distintos métodos para evitar el aburrimiento, integrar invitados, o tratar de compartir la carga y la responsabilidad del aprendizaje con los alumnos. Nada garantiza que un profesor que funcionaba bien en el entorno presencial vaya a ser bueno cuando imparta en la red, y en ese sentido, crear espacios para compartir experiencias y ayudar a desarrollar habilidades resultará fundamental.
  • Planteamiento a largo plazo: ni la mayoría de las instituciones ni la mayoría de los alumnos se han dado cuenta de esto aún, pero la enseñanza online ya no es un simple sustituto de la presencial, y además, darán lugar a herramientas y dinámicas que seguirán utilizando cuando la pandemia se dé por erradicada o minimizada. De hecho, la transmisión de conocimientos puede ser mejor en un medio como la red que permite interacciones más ricas. Ahora mismo, un porcentaje elevado de estudiantes en escuelas de negocio afirman que si la escuela en la que están admitidos inicia el curso en modo online, diferirán su ingreso hasta el año siguiente. Se equivocan completamente. De hecho, cursar una parte de un curso – sobre todo si es el comienzo del mismo – en modo online puede redundar en un desarrollo de habilidades importantísimo que muchas compañías apreciarán en el futuro, y en una experiencia que genere incluso mayor satisfacción que un curso presencial. Las instituciones que llevamos más tiempo ofreciendo cursos en formato online o blended somos perfectamente conscientes de esto, y lo hemos comprobado año tras año.
  • Flexibilidad: replantear la educación para llevarla a la red quiere decir actuar con la flexibilidad suficiente como para reconceptualizar todos sus elementos. El tamaño de las clases va a disminuir, la longitud de las sesiones puede alterarse, las metodologías de evaluación van a evolucionar, la interacción debe rediseñarse… es esencial que las instituciones afronten ese reto con planteamientos completamente flexibles, aceptando que todo puede cambiar. Esto podrá resultar problemático de cara a los organismos reguladores de la actividad, y según el nivel, a las relaciones con los estudiantes o con los padres de los estudiantes, que verán cambios que precisarán de explicaciones convincentes, en un entorno que siempre se ha caracterizado por una descomunal inercia.

Algunos predicen que esta crisis traerá consigo una auténtica debacle para muchas instituciones educativas, y en muchos casos, nos llevará a ver cómo se asocian con compañías tecnológicas para replantear sus metodologías y esquemas. Sinceramente, no creo que ninguna de esas dos cosas fuese una mala noticia: hay en el mercado demasiadas instituciones muy por debajo del nivel que debería ofrecerse a ningún alumno, y hay mucho que aprender de lo que la tecnología tiene que ofrecer a la enseñanza.

Pero conociendo el mercado como lo conozco tras treinta años dedicado a la enseñanza directiva, creo que veremos más un ajuste, en el que tenderán a ganar aquellos que más rápido sean capaces de evolucionar, que logren de manera más fehaciente la aprobación de todos los participantes en el proceso. Sin duda un reto importante. Pero también muchas oportunidades para hacer las cosas bien.



Enrique Dans
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