La cuarentena conectada
Ignacio Encabo, de El Independiente, me llamó ayer por teléfono para hablar de lo que él interpretaba como una gran paradoja: que estemos aislados en cuarentena, pero que estemos más conectados que nunca. Hoy publica su análisis, titulado «De cuarentena en 2020: aislados pero hiperconectados» (pdf).
En efecto, el confinamiento puede representar un trastorno para muchísimas cosas: el ser humano nunca estuvo diseñado para una limitación prolongada de su espacio vital, y la sensación de angustia, de opresión o de agobio tenderá a incrementarse a medida que la situación se prolonga. Lo que los primeros días se ve como una anécdota o un chiste, al cabo de la primera semana empieza a adquirir un cariz completamente diferente, influenciado por factores como la cantidad de espacio disponible, las personas con las que se comparte la situación o, ahora, la tecnología disponible.
Las videoconferencias con amigos y familiares, los videojuegos o la posibilidad de llevar a cabo tareas productivas a través de la red dependen de la disponibilidad de tecnología y de ancho de banda en el hogar y del nivel de familiaridad o afinidad con las metodologías implicadas. Para las personas sometidas a confinamiento, este tipo de opciones representan posibilidades de proyectar su actividad más allá de las paredes del espacio disponible, con posibilidades que incluso llegan a «engañar al cerebro», como es el caso de la realidad virtual, para posibilitar una experiencia completamente inmersiva.
El uso más intenso de la tecnología en un período de confinamiento choca con una limitación: la de una industria basada en la venta de un ancho de banda que en la práctica no existe, y que es posible poner en práctica porque no se espera nunca que un usuario utilice ese ancho de banda en su totalidad ni todo el tiempo. A medida que más usuarios intentan acceder a ese ancho de banda teóricamente disponible de manera concurrente, los troncales se saturan y podríamos llegar a encontrarnos con problemas de capacidad.
Veremos cómo evoluciona la situación. Para mí, hoy se cumple la primera semana sin poner un pio fuera de mi casa: la semana pasada comencé con síntomas de catarro combinados con alergia estacional, y eso hizo que me sometiese voluntariamente a cuarentena para evitar moverme por el mundo con síntomas que podían resultar preocupantes a cualquiera que compartiese espacio conmigo. No he tenido fiebre ni dificultad para respirar en ningún momento y los síntomas llevan ya varios días en remisión, pero eso no quita que, tras una semana saliendo únicamente al jardín – y menos mal que soy afortunado y tengo jardín – empiece a sentirme un poco como Jack Nicholson en «El Resplandor«.
Paciencia, ánimo, y a ver cómo evoluciona esto…
Enrique Dans
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