El necesario rediseño de la regulación del transporte en las ciudades…

Es una constante en la tecnología: los nuevos entornos definidos por la innovación generan situaciones cuyas consecuencias y efectos en cascada resultan muchas veces difíciles de anticipar.
La difusión del uso del smartphone que provocó que todos llevemos en el bolsillo un potente ordenador con capacidades de geolocalización posibilitó la aparición y fulgurante crecimiento de las aplicaciones de ride-hailing. Estas aplicaciones permitían solicitar un servicio de transporte de manera sencilla, y abrían además la posibilidad de que un servicio hasta el momento elitista que se solicitaba por teléfono se convirtiese en prácticamente ubicuo, mejorando la oferta de transporte existente hasta el momento en las ciudades. La aparición de múltiples compañías dispuestas a explotar ese nuevo nicho dio lugar a una oferta muy superior a la que había con el escenario tecnológico y regulatorio anterior, y nos llevó a que en un número creciente de ciudades se pueda prescindir del vehículo particular con relativa facilidad y sin que ello suponga un coste elevado.
Nuestras calles se inundaron de vehículos de Uber, Lyft, Cabify, Didi y un montón de compañías más explotando ese nuevo nicho, mientras, en muchos casos, los que lo explotaban en exclusiva anteriormente se dedicaban a protestar por ello, reclamando infructuosamente que la regulación anterior, diseñada para un escenario tecnológico de hacía muchísimas décadas y que nunca había logrado reducir el crecimiento del uso del vehículo privado, prevaleciese.
Ahora, tras varios años observando la evolución de ese nuevo entorno, comprobamos científicamente las consecuencias: ciudades más atascadas y con niveles de polución más elevados que antes. La situación ha sido analizada con bastante nivel de detalle en un informe que afirma que los vehículos de transporte de viajeros con conductor, al igual que ocurre con los taxis, llevan a cabo muchos desplazamientos sin viajeros entre servicios, el llamado dead mileage o deadheading, y que esos desplazamientos, unidos a la disminución de su precio y a la consecuente democratización y elevación de su nivel de uso, hacen que terminen generando un 47% más de emisiones que los vehículos privados a los que se supone que sustituyen.
En términos de tráfico, las evidencias de cada vez más ciudades apuntan a las mismas conclusiones: ahora utilizamos ese tipo de servicios más a menudo, y esto termina poniendo en las calles más vehículos en constante circulación de los que teníamos antes, hasta un 180% en el caso de algunas ciudades, y sustituyendo a desplazamientos que antes hacíamos a pie, en transporte público o por otros medios. Básicamente, a los taxis de toda la vida, cuyo número ha permanecido constante, se han incrementado las flotas de vehículos gestionadas por las aplicaciones, y eso ha dado lugar a un exceso de tráfico y de polución.
Cuando esos servicios se llevan a cabo en modo de desplazamiento individual, generan más tráfico y polución. Pero cuando se convierten en servicios que agregan los recorridos de varios viajeros, como Uber Pool, pasan a ser más baratos y llevan a un nivel de uso mayor, y a sustituir a desplazamientos que antes hacíamos de otra manera. Es el fin de la utopía que afirmaba que el vehículo como servicio aliviaría los problemas de las ciudades.
La evidencia, admitida ya por compañías como Uber o Lyft, lleva a los gestores de las ciudades a replantearse la necesidad de regular estos servicios. De cara a la gestión eficiente del tráfico, será preciso fijar cuidadosamente límites al tamaño de las flotas, como ya están planteando ciudades como Nueva York y otras. Pero además, si queremos solventar el otro problema evidente, el de la contaminación, debemos obligar a que todos esos servicios, tanto taxis tradicionales como aplicaciones de transporte, se lleven a cabo en vehículos exclusivamente eléctricos, como ya están haciendo otras ciudades como Londres, y progresivamente hacer lo mismo con los autobuses de transporte público, vehículos de reparto y otros participantes en la movilidad urbana.
Los enemigos siguen siendo los mismos: el tráfico y la polución, y ahora contamos ya con análisis que nos permiten entender su origen y su relación. El nuevo escenario no diferencia entre taxis tradicionales y apps de transporte: todos ellos generan los mismos problemas: provocan atascos y contaminan igual cuando no son regulados adecuadamente. Ahora, toca ser conscientes de ello y tratar de solucionarlo lo antes posible con las medidas adecuadas, eliminando el aparcamiento en superficie para disuadir del uso del vehículo privado, cerrando cada vez más áreas a su circulación, y mejorando todo lo posible la oferta de transporte público. Son, sin duda, cuestiones que deben entrar en la agenda de todos los gestores de grandes ciudades con problemas de congestión y contaminación, que son prácticamente todas. Y preferentemente, lo antes posible.
Enrique Dans
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