El coronavirus, la crisis y el mapa de la energía

El dibujante habitual de The Economist, KAL, lo plasmó muy claramente en su viñeta de la semana pasada: la actual batalla que la humanidad está librando contra la pandemia no es más que el primer asalto, y tenemos ya un oponente mucho más grande y más fuerte esperándonos, llamado emergencia climática. Que algo tan objetivo y científico como esto pueda ser supuestamente objeto de debate ha sido uno de los mayores logros de la industria de los combustibles fósiles en toda su historia. No lo es. Es la mayor amenaza que tiene el ser humano como especie.
La contaminación nos afecta, y mucho. Además de ser responsable de unos siete millones de muertes anuales, nos hace más vulnerables a todo tipo de enfermedades respiratorias, incluida lógicamente la provocada por virus como SARS-CoV-2 que, además, podría convertirse en repetitiva y estacional. No solo sabemos claramente que necesitamos arreglar ese problema: además, sabemos que no hacerlo nos está matando, y tenemos el ejemplo muy claro y muy reciente.
La generación de energía mediante combustibles fósiles supone el 25% de las emisiones nocivas en el mundo, mientras que la manufactura o el transporte, también intrínsecamente vinculadas con ese tipo de combustibles, son responsables de 21% y un 14%. Si algún cambio sería susceptible de tener un impacto importante a la hora de plantearnos responder a la emergencia climática, ese sería la transición a las energías renovables. Y las noticias en ese sentido no pueden ser más propicias: los dos componentes fundamentales para esa transición, las placas solares y las baterías capaces de proporcionarnos energía cuando el viento no sopla o el sol no brilla, están sujetas a importantísimas economías de escala que las hacen cada vez más eficientes y asequibles.
La economía de las energías renovables es suficientemente conocida. Hace años, solo era competitivas si la llenábamos de subsidios gubernamentales. Ahora, la situación se ha invertido: mientras las compañías petroleras reciben más de cinco mil millones de dólares cada año en forma de subsidios gubernamentales, corrompen y pagan a los políticos que se oponen a la legislación medioambiental y no tienen problemas para encontrar bancos que los financien, las energías renovables ya son más baratas que el petróleo, el gas o el carbón, y ese cambio debería alterar el panorama energético global. El espectacular plan de Microsoft para compensar la totalidad de las emisiones producidas por las actividades de la compañía en toda su historia tiene que ver precisamente con este tipo de cambio.
Las energías renovables supusieron el 72% de las nuevas fuentes instaladas en 2019, y las inversiones realizadas podrían alcanzar retornos del 800%. El carbón, en cambio, es una máquina de perder dinero, y sus cuentas se han convertido en tan tóxicas como sus emisiones. Reconstruir el mapa de suministro energético de un país, incluso de uno emergente, nunca ha tenido más sentido. Incluso un gran productor de carbón como Australia planea obtener ahorros importantísimos gracias a la caída de los costes de las renovables, y calcula que podría obtener el 90% de su energía de ellas en 2040 sin necesidad de incrementar los precios para sufragar su instalación. Noruega pretende electrificar todos sus vuelos domésticos en el año 2040. Hasta algunas petroleras invierten ahora en energía solar, en parte como greenwashing, en parte porque, simplemente, es rentable hacerlo.
El Reino Unido acaba de batir su récord de días sin recurrir al carbón como fuente de energía, y estados norteamericanos como Iowa, Virginia y otros están replanificando sus fuentes de energía como resultado del progreso de las energías renovables. Los demócratas, de hecho, quieren incluir la acción contra el cambio climático en los paquetes de respuesta a la crisis del coronavirus, y se plantean financiar treinta millones de techos solares en todo el país.
El cambio del mapa mundial de la energía podría plantearse como algo muy costoso, pero en la práctica, es barato, sobre todo si introducimos en el cálculo los desastres que provoca entre incendios, huracanes, inundaciones, etc. Si pudiésemos calcular otras cuestiones, como las enfermedades que provoca, o pudiésemos poner precio a la viabilidad de la especie humana en su conjunto, las cuentas ya serían directamente estúpidas y sin sentido.
Planificar la reconstrucción económica de cara a la crisis provocada por la pandemia en base a la reconversión del mapa energético nunca ha tenido más sentido. Es, sencillamente, algo que sabemos que tenemos que hacer, y que no estamos haciendo por mantener una situación que interesa a unos pocos. Entendámoslo, abandonemos conceptos desfasados, cambiemos la mentalidad, y situémoslo bien alto en nuestras prioridades.
Enrique Dans
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