El vehículo autónomo y su desarrollo: ¿a quién multas cuando no hay conductor?

IMAGE: Dilu (CC BY-SA)

El desarrollo del vehículo autónomo progresa a pesar de los reveses que están sufriendo compañías que han intentado ir demasiado deprisa, y nos trae constantemente detalles curiosos sobre las situaciones que se producen a medida que la tecnología va convirtiéndose en cotidiana.

En varias ciudades de los estados de California, Arizona o Texas, ver vehículos circulando en el medio del tráfico sin un conductor sentado al volante ya es una parte normal de la vida cotidiana. Por el momento, y en. función de los resultados obtenidos, todo indica que el comportamiento de esos vehículos es mucho más seguro que el de los conductores humanos: a pesar de que han provocado atascos quedándose parados en donde no deberían, entrando en zonas de obras o reaccionando de manera errática ante determinadas circunstancias, la inmensa mayoría de los accidentes provocados, con alguna excepción, son simples complicaciones sin importancia.

En algunos casos, como en el Cruise, un accidente ha provocado que la flota entera de la compañía esté temporalmente retirada de la circulación mientras se revisan sus restricciones, pero en general, la accidentalidad de este tipo de vehículos tiende a ser muy inferior que la de los conducidos por humanos. Sin embargo, que haya menos accidentes no quiere decir que sean los mismos tipos de accidentes. El que condenó a Cruise a la retirada de su flota, por ejemplo, fue un accidente muy peculiar: la persona que cruzaba la calle caminando fue arrollada por un automóvil convencional que se dio a la fuga, pero que con su impacto, lanzó a la peatona delante del vehículo autónomo, que no fue capaz de detectar que la había arrollado y que, de hecho, permaneció inmóvil con la persona atrapada, antes de volver a iniciar la marcha y arrastrarla durante varios metros. Del mismo modo, ocurren otros problemas que no estaban previstos en el entrenamiento: interrupciones momentáneas de la vía que no se reflejan en el mapeado del vehículo, u obras que generan situaciones imprevisibles.

Por otro lado, es evidente que incrementar el número de esas situaciones incide en un mejor aprendizaje, y en la posibilidad de plantear mejores reacciones ante ese tipo de circunstancias, cuestión que esgrimen las compañías ante las posibles restricciones planteadas por los ayuntamientos: si quieres automóviles autónomos verdaderamente funcionales y seguros, que incidan en una posible reducción del uso de automóviles particulares o incluso que se conviertan, prácticamente, en una atracción turística como ocurre en San Francisco, tendrás que dar a sus algoritmos la oportunidad de mejorar su aprendizaje. Ante ese razonamiento, lo que los ayuntamientos esgrimen es que ese entrenamiento debería llevarse a cabo «con gaseosa», es decir, en circunstancias virtuales, simuladas o en entornos de prueba, sin poner en posibles riesgos a los ciudadanos.

En ese ámbito, resulta curioso que California haya optado por no modificar su código de la circulación y, por tanto, implicar que los vehículos autónomos sean prácticamente inmunes ante las violaciones de la ley – ¿a quién voy a multar si no hay conductor? – mientras otros estados, como Arizona o Texas hayan optado por modificar su código de la circulación y por hacer potencialmente responsable a quien aparezca registrado como dueño del vehículo, lo que lo pone en una situación más de igualdad con otros ocupantes de la vía.

La situación podría ser perfectamente fruto de un descuido regulatorio, pero también ser parte de una estrategia: evitar la regulación mientras la tecnología está en sus inicios, para generar un entorno más amigable para el desarrollo. En uno u otro caso, está claro que hablamos de estados y ciudades pioneras, que pretenden extraer un partido reputacional y de atractivo al hecho de ser los entorno en los que se desarrolla esta tecnología (sí, mis amigos tienden a ser frikis como yo, pero no es ni el primero ni el segundo que aprovechan un viaje a San Francisco para subirse a un vehículo autómono y poder decir que lo han probado).

De una u otra manera, está claro que para muchas ciudades, ser el escenario de ese tipo de desarrollos tecnológicos puede convertirse en una interesante propuesta de valor, y que para muchas compañías, esas ciudades pueden convertirse en el socio perfecto en el que desarrollar sus servicios, alcanzando un balance razonable entre la seguridad de los ciudadanos y la posibilidad de mejorar gradualmente sus prestaciones. En el caso de los Estados Unidos, hay ya varios estados que han optado por ello, como lo han hecho también ciudades como Shanghai o Shenzen en China, o Moscú antes de que Rusia, debido a la salvaje invasión de Ucrania, se convirtiese en una apestada a nivel internacional. Veremos qué otras ciudades se apuntan a facilitar el desarrollo de su microcartografía y a facilitar el despliegue de este tipo de tecnologías.


This post is also available in English on my Medium page, «What does the presence of self-driving vehicles say about a city


Enrique Dans
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